Algunas veces salimos de nuestros hogares con alegría. Una alegría que quisiéramos transmitirla a los demás y vivir en un mundo feliz, pero en muchas ocasiones nos encontramos con personas tan malhumoradas, que da hasta miedo hablarles porque responden con altanería.
El mal genio es una actitud negativa que causa daño, no sólo a la persona afectada por él, sino a quienes la rodean.
Una sonrisa abre muchas puertas, un rostro en el que se refleja la ira y la amargura, las cierra.
Hay sonrisas hipócritas que, generalmente, van acompañadas de algún interés, sobretodo, económico. Pero son falsas, más que sonrisas son máscaras, como las de los abogados que dicen que «lo que desean es ayudar», o la del vendedor que quiere, valga la redundancia, vendernos su producto y cuando no lo logran, cambian totalmente de actitud.
Es obvio, que si estamos predispuestos a que las cosas nos van a salir mal, muy probablemente, así saldrán.
Si estamos malhumorados, proyectamos una imagen negativa y no podemos llevarnos bien con los demás y por esa causa, nos ganamos la desconfianza y la antipatía de la gente.
Los malhumorados, por lo general, son personas intratables, hurañas y tercas que no aceptan cambios ni razones.
Estar en el mundo nos exige estar dispuestos al cambio, porque la vida es un continuo movimiento desde el nacimiento hasta la muerte. Somos seres humanos, seres mutables, no estatuas ni robots.
Para vivir en armonía dentro de la sociedad, es necesaria una gran dosis de tolerancia, porque nuestros semejantes son individuos que piensan diferente, que tienen sus propios problemas y anhelos que debemos respetar.
Un buen diálogo está basado en el respeto mutuo y la tolerancia, nunca en el enojo y la terquedad.
La discordia y el odio que existe en el mundo son causados por la intolerancia, por pretender que los demás piensen igual en cuestiones políticas, religiosas y culturales y eso no es posible.
Estar de mal humor nada soluciona, todo lo contrario, incrementa los problemas y dificulta una comunicación coherente y bondadosa con nuestros semejantes.
El mal humor mata al amor, destruye hogares, amistades, relaciones personales y comerciales y lo peor, nos deja solos, porque nadie quiere tener contacto con una persona malgeniada.
El dinero y el malhumor son una pésima combinación, toda vez que si un malhumorado tiene riquezas, se convierte en un tirano con sus subalternos. Cuanto más dinero, más egoísmo para acumular poder, y cuanto más grande es el ego, más grandes son los deseos de imponer su voluntad y abusar de los subalternos.
Si las personas meditaran acerca de la brevedad de la vida y tuvieran en cuenta que la muerte no hace diferencia entre pobres y ricos, quizás así se percataran de que la riqueza más grande radica en la paz interior.
El mal humor es consecuencia del pesimismo y la frustración, por la desdicha de no estar conformes consigo mismos, por querer ser lo que no se es.
Pero podemos cambiar, si lo deseamos. Nadie nace con mal genio. Este es un defecto que se desarrolla por la intolerancia, por esperar que los demás piensen y actúen como nosotros queremos. Podemos cambiar, pero para que eso ocurra, necesitamos atrevernos a ser lo que somos y dejar que los demás sean como son.
La vida es breve, vale la pena meditar todos los días, y en vez de mostrar un rostro lleno de amargura y frustración, regalar una sonrisa.
Es bueno recordar que el buen humor es el mejor tratamiento para gozar de buena salud y prolongada existencia.
José M. Burgos S.
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